EL BIEN MÁS PRECIADO

Allá, tras el horizonte, es donde cuenta la leyenda que se ve el punto de luz.

Que en el día brilla y en la noche se ilumina como un punto rojo en el infinito.

Que cuando el viento viene de ese punto se oyen murmullos de otros lares.

Que si eres forastero solo podrás verla de noche. Porque de día, debido a su potente luz y reflejo, hace que el suelo te queme y el cielo caiga en tus hombros. 

Que cerca hay seres ocultos huyendo del sol.

Que en la comunidad, en la fiesta de las doce lunas llenas, cargaron esa canica con sus mejores deseos y salió en esa dirección.

Que al acercarse descubrieron una ciudad de cristal habitada por otros seres iguales que ellos.

Que al encontrarse, la magia y la emoción los envolvió a todos al descubrir que no estaban solos.

Que envueltos es ese halo casi sobrenatural intercambiaron lo más valioso que tenían: sus canicas, sus mejores deseos. Y desde esa noche se crearon unos lazos de unión eternos.

Que ya en casa levantaron un inmenso monolito para rememorar el milagro. A él suben cada noche para encender una gran hoguera.

Tras el horizonte todas las noches ellos pueden ver, desde su ciudad de la luz, una luz roja que baila por la brisa del viento. Nosotros desde su ciudad de la luz podemos ver un punto azul de luz en el horizonte. Dos puntos separados por una gran distancia, pero unidos por una fuerza imposible de romper.

Si uno se apaga es ley que los otros acudan en su ayuda.

Llegaron con los pelos de punta y dando chispazos por la energía estática.

No se les podía tocar ni hacer hablar de lo sucedido aquella noche.

Hubo que esperar a la mañana siguiente para que, ya “descargados”, contasen lo ocurrido.

Contaron que al entrar en una habitación se encontraron con una diosa. Era inmensa y estaba cargada de energía; en su interior podía verse cómo se desataba una tormenta.

Emanaba una mágica luz que te hipnotizaba. Sus colores les acariciaban y envolvían formando un juego de luces. Era difícil saber si era la real o se trataba de un sueño.

Sentían su calor. Al acercar sus manos a la diosa, la tormenta dirigía sus rayos hacia ellos, anticipando que tocarla tendría sus consecuencias.

Uno a uno fueron acercando sus diminutas manos para comprobar si alguno de ellos no atraía los rayos de la tormenta, pero pudieron comprobar que ninguno de ellos podría calmar lo que ya se había convertido en un huracán atrapado.

Tras pasar toda la noche junto a la diosa, al amanecer iniciaron su camino de regreso. Estaban totalmente aturdidos, embriagados por una energía que durante semanas les estuvo produciendo un cosquilleo y risas espontáneas que sobresaltaban a los que tenían al lado, haciéndoles brincar del susto.

Todavía hoy, aunque ha pasado tiempo y no sabemos si fue verdad o es una leyenda más, algunos jóvenes diminutos salen por la noche en busca de esa diosa. En el fondo todos quieren saber si son los elegidos y podrán tocar a la diosa.

Pero todos los que dicen que la han visto vuelven con los pelos de punta y dando chispazos por la energía estática.

Cuentan que la noche desplegó su manto oscuro y negro en aquel lugar tan lejano y desconocido. 

Cuentan que estuvieron horas desorientados y perdidos, totalmente a ciegas. 

Cuentan que los mismos peligros que tanto les costó sortear en la ida les esperaban en su camino de regreso. 

Cuentan que se vieron obligados a detenerse durante un largo tiempo cuando se perdieron de vuelta casa… y que fue entonces cuando sucedió…

Cuentan que de dentro de la canica surgió de repente un punto de luz. El haz fue creciendo y alargándose, convirtiéndose en un potente lucero que emitía un rayo marcando la dirección, iluminando el camino de regreso.

Cuentan que, tras un largo camino, al acercarse a la comunidad y sus luces, el rayo fue disminuyendo su intensidad pero que, antes de desaparecer por completo como el último punto en la pantalla de un televisor, pudieron ver de dónde surgió…

Cuentan que, en el interior de esa canica, había un papel que decía: “Que este buen deseo te llegue en el momento más necesitado, cuando estés en la más absoluta oscuridad y necesites que te ilumine mi luz. Solo tienes que cerrar los ojos y desearlo.”

Todos estaban revoltosos, nerviosos, excitados, esperando el momento.

Solo faltaban unos minutos para el encendido de la llama.

Un fuerte estallido sorprendió a los asistentes. Tras la sorpresa el silencio cortó el aire. Tras el silencio los murmullos llenaron el espacio.

Pero sólo cuando se disipó el humo pudieron ver el desastre.

No había tiempo que perder. La noche avanzaba y había que encontrar una solución. La preocupación y las prisas les hacía desorientarse.

Habían esperado doce lunas llenas y no podían esperar otras tantas.

Los que llevaban la tercera canica fueron los que lo encontraron.

El esfuerzo de transportarlo les dejó exhaustos, pero llegaron a tiempo.

Al entrar con él en hombros, levantarlo y encenderlo, la comunidad explotó de alegría.

La ofrenda estaba salvada y la chispa que debía cargar las canicas, encendida. Tras mucha tensión y esfuerzo todo estaba en orden.

La fiesta de las doce lunas llenas de ese año se recordará siempre.

Y todos la recuerdan con una oración que perdura hasta hoy: Cuando toda la comunidad actúa unida para un fin común el éxito está asegurado.

Y eso es así siempre. No lo olvidemos.

Fue esa luz al otro lado de la alambrada lo que nos hizo verla.

Fue un destello que brilló en el momento oportuno.

Fue interpretada como una llamada de rescate. 

Fue fácil sacarla de allí, pero el obstáculo atravesado en la alambrada les impedía la salida.

Fue el lápiz el que les bloqueaba el paso; era imposible de rodear.

La única solución era coger impulso… y saltarlo.

El día antes de la fiesta de las doce lunas, al doblar una esquina, se la encontraron de frente.

Estaba sola y cuando pasaron por su lado percibieron que no estaba apagada. Una tenue luz, como un suspiro, salía de sus filamentos.

Les estaba esperando, casi agonizante.

Al ponerse junta a ella sucedió…

En un segundo su brillo creció, la bombilla se encendió y, para sorpresa de todos los que allí estaban, la canica empezó a iluminarse.

La bombilla sólo brilló unos segundos y se apagó lentamente.

En cambio, la canica siguió brillando. Era tal su intensidad que creaba destellos y las burbujas de su interior parecían una constelación a punto de estallar.

Y lo entendieron en ese momento…

El último destello incandescente de la bombilla les proporcionó la chispa necesaria para que la canica viajase a las estrellas y así poder seguir brillando toda una eternidad.

Fue el día antes de la fiesta de las doce lunas, de la noche de los buenos deseos.